Comentario
La investigación sobre el asesinato confirmó las sospechas. El preboste de París averiguó que los sicarios se habían refugiado en el castillo de Artois, residencia del duque de Borgoña. Rápidamente, ante la amenaza de un registro, Juan Sin Miedo admitió ser el instigador del crimen.
El asesinato de un miembro de la familia del Rey, por parte de un pariente rival, no era en sí mismo un hecho extraño en la Edad Media. Sin embargo, en la particular coyuntura de aquellos años, -como perfectamente ha demostrado el historiador Bernard Guenée- aquel homicidio abrió una crisis en el Reino, que se prolongó durante algunos decenios, hasta que, fallecidos todos los protagonistas del suceso, sus descendientes se reconciliaron definitivamente en 1435. En el desarrollo de este conflicto, más allá de rivalidades y rencores personales, puede entreverse la afirmación gradual de una nueva concepción de la justicia pública y Estado. Pero veamos a continuación cuáles fueron las reacciones de sus protagonistas.
Por todos los conceptos, el crimen revestía extrema gravedad. El duque de Borgoña, no solamente era un asesino despiadado, capaz de matar a sus propios parientes, sino también un traidor. Muchos recordaban la ceremonia pública, los gestos y las palabras, con los que poco tiempo antes los dos primos se habían jurado recíprocamente "fraternidad y amor para toda la vida". Juan Sin Miedo encarnaba de este modo la viva imagen de traición, era un nuevo Ganelón en Roncesvalles, nuevo Caín, un nuevo Judas.
Los parientes y los partidarios del duque de Orleans, y sobre todo su viuda, la italiana Valentia Visconti, reclamaban un castigo ejemplar, y era misión del Rey, como representante supremo del Estado, hacer justicia; además, no debía dejar tiempo a que se produjera la venganza privada de los herederos. Sin embargo, dados el rango del asesino y su poder, se consideró más oportuno buscar la vía del acuerdo: después de una confesión solemne, de petición de clemencia y del ofrecimiento de reparación por parte del culpable, que había huido de París, el soberano le concedería su perdón.
Pero la reacción del duque de Borgoña fue imprevista y desconcertante. Juan rechazó altivamente la posibilidad de arrepentirse y, por consiguiente, la gracia ofrecida por el Rey. Además, como si esto no bastara, recompensó con la exorbitante pensión anual de 1.200 francos de oro a Raul de Auquetonville, el autor material del asesinato de su real primo. Se trataba de un movimiento perfectamente calculado: para poder sacar partido de la muerte del duque de Orleans, era necesario modificar la opinión pública, y que pasara a considerarse como un acto necesario -cometido exclusivamente en interés del bien común, de la Corona y del Estado- lo que había sido un brutal asesinato.